11.12.13

Apología. Platón *

“… no son válidas nuestras conjeturas cuando consideramos la muerte como el peor de los males. Esta es la razón de más peso para convencerme de ello: de lo contrario esa voz del genio se hubiera opuesto para impedir los hechos, si lo que me iba a ocurrir se tratara de un mal y no de un bien. Pero aún puedo añadir nuevas razones para convenceros de que la muerte no es una desgracia, sino una ventura: una de dos: o bien la muerte supone se de lo contrario esa voz del genio se hubiera opuesto para impedir los hechos, si lo que me iba a ocurrir se tratara de un mal y no de un bien. 
Pero aún puedo añadir nuevas razones para convenceros de que la muerte no es una desgracia, sino una ventura: una de dos: o bien la muerte supone ser reducido a la nada, y por ello no es posible ningún tipo de sensación, o de acuerdo con lo que algunos dicen, simplemente se trata de un cambio o mudanza del alma de éste hacia otro lugar. 
Si la muerte es la extinción de todo deseo y es como una noche de profundo sueño, pero sin ensoñar, ¡maravillosa ganancia sería! 
Es mi opinión de que si nos obligaran a escoger entre una noche sin sueños pero plácidamente dormida, con otras noches con ensoñaciones o con otros días de su vida, que después de una buena reflexión tuvieran que escoger qué días y noches han sido los más felices, pienso que no sólo cualquier persona normal, sino que incluso el mismísimo rey de Persia, encontraría pocos comparables con la primera. 
Si la muerte es algo parecido, sostengo que es la mayor de las ganancias, pues toda la serie del tiempo se nos aparece como una sola noche. 
Pero si la muerte es una simple mudanza de lugar, y si, aún más, es cierto lo que cuentan, que los muertos están todos reunidos, oh jueces, ¿sois capaces de imaginar algún bien mayor? Pues, uno, al llegar al reino del Hades, liberado de todos esos que aquí se hacen pasar y llamar por jueces, nos encontraremos con los que son auténticos jueces y que, según cuentan, siguen ejerciendo sus funciones. 
A Minos, Radamanto y Triptólemo, y a toda una larga lista de semidioses que fueron justos en su vida. Y, ¿qué me decís del poder reunirme con Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero?, ¿qué no pagaría cualquiera de vosotros si esto es así? En lo que a mí se refiere, mil y mil veces, prefiero estar muerto si tales cosas son verdad! Qué maravilloso pasatiempo sería para mí poder encontrarme con Palamedes, y con Ayax, hijo de Telamón, y todos los héroes de los tiempos pasados, víctimas también de otros tantos procesos injustos. Aunque sólo fuera para poder comparar sus experiencias con las mías, ya me daría por satisfecho. 
Mi mayor placer sería pasar mis días interrogando a los de allá abajo, como durante toda mi vida terrena lo he hecho con los de aquí, para ver quiénes entre ellos son los auténticamente sabios y quiénes creen serlo, pero que en realidad no lo son. Qué precio no pagaríais, oh jueces, para poder examinar a quien condujo contra Troya a aquel numeroso ejército, o no digamos, si es el mismo Ulises o Sísifo, o tantos hombres y mujeres que ahora no puedo ni citar? Estar con ellos, gozar de su compañía e interrogarlos, sería el colmo de mi felicidad. 
En cualquier caso, creo que Hades no me llevaría a un juicio y me condenaría a muerte por profesar mi oficio. Ellos son, allá, mucho más felices que los de aquí y entre muchas razones por la de ser inmortales para el resto de los tiempos, si es que son verdad las cosas que se dicen. 
Vosotros también, oh jueces míos, debéis tener buena esperanza ante la muerte y convenceros de que una cosa es cierta: la de que no hay mal posible para un hombre de bien, ni durante esta vida, ni después en el reinado de la muerte, y que los dioses jamás descuidan los asuntos de estos hombres justos. 
Lo que me ha sucedido a mí, no es fruto de la causalidad, sino que al contrario veo claro que el morir y quedar libre de ajetreos, era lo mejor para mí. 
Es por eso por lo que en ningún momento me ha disuadido la voz del genio y que por lo que respecta por mi parte, no estoy enojado lo más mínimo contra mis jueces, ni contra mis acusadores, a pesar de que no eran esas sus intenciones al acusarme y condenarme, sino la de hacerme algún mal. 
Y ahora debo pediros un último favor: Cuando mis hijos lleguen a ser mayores, atenienses, castigadles, como yo os he incordiado durante toda mi vida, si os parece que se preocupan más de buscar riquezas o negocios antes que de la virtud. Y si presumen creer ser algo, sin serlo de verdad, reprochadles como yo os he reprochado, exigiéndoles que se cuiden de lo que deben y no creerse ser algo, cuando en realidad nada valen. 
Si hacéis esto, ellos y yo habremos recibido el trato que merecemos. 
Y no tengo nada más que decir. 
Ya es la hora de partir. 
Yo a morir, vosotros a vivir. 
Entre vosotros y yo, ¿quién va a hacer mejor negocio? 
Cosa oscura es para todos, salvo, si acaso, para el dios.

The Death of Socrates by Jacques–Louis David
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[*Diálogos. Apología. Fragmento]

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