21.1.14

El Presentimiento de la locura. E. M. Cioran



Nunca comprenderán los seres humanos por qué algunos de ellos son condenados a la locura, por qué existe esa fatalidad inexorable que es la entrada en el caos, en el cual la lucidez no puede durar más que el relámpago.
Las páginas más inspiradas, aquellas de las que emana un lirismo absoluto, esas páginas en las que se siente uno abandonado a una exaltación, a una ebriedad total del ser, sólo pueden escribirse en un estado de tensión tal que todo regreso al equilibrio resulta tras él ilusorio.
De ese estado no se puede salir indemne: el resorte íntimo del ser se ha roto, las barreras interiores desmoronado.
El presentimiento de la locura se produce únicamente tras experiencias capitales.
Creemos entonces haber alcanzado alturas vertiginosas, en las cuales vacilamos, perdemos el equilibrio y la percepción normal de lo concreto y lo inmediato. Un gran peso parece aplastar el cerebro como para reducirlo a una simple ilusión, y sin embargo es ésa una de las pocas sensaciones que nos revelan, justamente, la horrible realidad orgánica de la que nuestras experiencias proceden.
Bajo esa presión, que intenta golpearnos contra la tierra y hacernos estallar, surge el miedo, un miedo cuyos componentes son difíciles de definir.
No se trata del miedo a la muerte, que se apodera del ser humano para dominarlo hasta asfixiarlo; no es un miedo que se insinúa en el ritmo de nuestro ser para paralizar el proceso de la vida que se lleva a cabo en nosotros —es un miedo que atraviesan relámpagos poco frecuentes pero intensos, como un trastorno soportado que elimina para siempre toda posibilidad de equilibrio futuro.
Es imposible delimitar este extraño presentimiento de la locura. Su aspecto aterrador proviene de que  percibimos en él una disipación total, una pérdida irremediable para nuestra vida. Sin dejar de respirar y alimentarme, yo he perdido todo lo que nunca pude añadir a mis funciones biológicas.
Pero ésa no es más que una muerte aproximativa.
La locura nos hace perder nuestra especificidad, todo lo que nos individualiza en el universo, nuestra perspectiva propia, el cariz particular de nuestro espíritu.
La muerte también nos hace perderlo todo, con la diferencia de que la pérdida es en ella el resultado de una proyección en la nada.
De ahí que, aunque persistente y esencial, el miedo a la muerte sea menos extraño que el miedo a la locura, en la cual nuestra semipresencia es un factor de inquietud mucho más complejo que el terror orgánico a la ausencia total experimentado ante la nada.
¿No sería acaso la locura una manera de evitar las miserias de la vida?
Esta pregunta sólo se justifica teóricamente, dado que, en la práctica, quien es víctima de ciertas ansiedades considera el problema de modo diferente presentimiento de la locura va acompañado del miedo a la lucidez durante la locura, el miedo a los momentos de regreso a sí mismo, en los que la intuición del desastre podría engendrar una locura aún mayor.
De ahí que no exista salvación a través de la locura.
Deseamos el caos, pero tememos sus revelaciones.
Toda forma de locura es tributaria del temperamento y de la condición orgánicos.
Como la mayoría de los locos se reclutan entre los depresivos, la depresión es fatalmente más abundante que la exaltación alegre y desbordante.
La melancolía profunda es tan frecuente en ellos que casi todos padecen tendencias suicidas.
¡Qué difícil solución es el suicidio cuando no se está loco!
Me gustaría perder el juicio con una sola condición: tener la certeza de ser un loco jovial, sin problemas ni obsesiones, jocoso durante todo el día.
A pesar de mi deseo vehemente de éxtasis luminosos, si estuviese loco no los desearía, dado que tras ellos siempre se producen depresiones.
Por el contrario, me gustaría que un manantial de luz brotase de mí para transfigurar el universo -un manantial que, lejos de la tensión del éxtasis, conservara la calma de una eternidad luminosa, que tuviera la ligereza de la gracia y el calor de una sonrisa.
Quisiera que el mundo entero flotasen ese sueño de claridad, en ese encantamiento transparente e inmaterial. Que no hubiese ya obstáculos ni materia, forma o confines.
Y en ese paraíso, yo muriese de luz.

El corazón de la locura. Salvador Dalí

15.1.14

Epitafio. Juan Gelman



Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.

Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.

¡Digo que el hombre debe serlo!

Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín.

Juan Gelman. Poeta y periodista argentino. (Bs. As., 03/05/1930 - México D.F., 14/02/ 2014)

2.1.14

Hojas de Hierba. Walt Whitman [Fragmento]

Y demostraré que de todo cuanto a alguno le ocurre pueden
obtenerse buenos resultados,
Y demostraré que no puede ocurrir nada más bello que la muerte.
Y ensartaré mis poemas como en un hilo, ya que el tiempo
y los acontecimientos son coherentes,
Y que todas las cosas del universo son profundos milagros,
cada uno más profundo que otro cualquiera.
Yo no compondré poemas con referencia a las partes,
Pero yo compondré poemas, canciones, pensamientos, con
referencia al conjunto,
Y yo no cantaré lo que se refiere a un solo día sino lo que
se refiere a todos los días,
Y no compondré un poema ni la mínima parte de un poema
que no haga referencia al alma,
Porque, habiendo contemplado los objetos del universo,
compruebo que no hay ninguno, ni la más ínfima parte de ninguno, que no tenga referencia con el alma.

Alma mía. Por Bela Hilda Sabniewiez.
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